Queridos hermanos y hermanas: “El rostro de la Virgen María se destaca por su modesta actitud y su inefable sonrisa, sus ojos entrecerrados la revisten de una hermosura admirable, que mueve al recogimiento; un velo blanco cubre su cabeza; viste un manto azul celeste, una túnica rosada, un rosario cuelga de las manos de María y del Niño Jesús, quien en la derecha sostiene un hilo que pende del pie de un pajarillo. A la derecha de María, está San Antonio de Padua, sosteniendo en la mano izquierda, un libro sobre el cual está el Niño Jesús con el mapamundi en sus manos; en la derecha sostiene una palma. A la izquierda está San Andrés, apóstol, leyendo la Sagrada Escritura, en la izquierda sostiene la cruz en forma de X, signo de su martirio. María sostiene en sus brazos al Niño Jesús invitándonos a acogernos a Él, quien puede remediar todos nuestros males. A primera vista se descubren vestigios de las goteras que corrieron sobre la pintura…” De esta manera describe piadosamente Fray Nelson Medina O.P. al venerado cuadro de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, Patrona y Reina de Colombia. Al conmemorar los cien años de su coronación canónica, tiene mucho sentido para nosotros detenernos con sencillez y mirada contemplativa en este lienzo con la imagen de la Madre de Dios.
La tradición nos habla de un prodigio que solamente se puede ver desde la fe, sobre la renovación de sus colores y el resplandor que despedía el icono de María plasmado en el mencionado lienzo. María Ramos, que se reponía de un fracaso matrimonial, fue la primera y afortunada protagonista de la historia, quien rescató la piadosa tela que había sido “desechada” y ahora utilizada para usos domésticos. Habiéndola colocado respetuosamente en una modesta capilla, ahora le ayuda a contemplar aquella presencia, difusa en su colorido pero en la fe, místicamente real, como signo de la humilde cercanía de la Madre del Señor. Por ello y por Ella, por María Virgen y Madre, la oración de la confianza ante aquel cuadro rescatado, se convierte en motivo de esperanza y suscita la experiencia milagrosa de la historia, que comparte con una indígena y su pequeño hijo, los primeros en tomar nota del suceso.
Sabemos que las experiencias de fe suscitan muchas explicaciones como también aplicaciones. En todo caso, desde cuando ocurrieron los hechos, se repite ininterrumpidamente, por siglos, el milagro de un pueblo creyente que acude en peregrinación a contemplar y orar en el templo Basílica dedicado en su honor, para retomar el Camino que la Madre señala, haciendo volver la mirada hacia su Hijo. La fe sale fortalecida, la esperanza reanimada y la caridad orientada como exigencia, al encuentro del hermano, especialmente de aquel que se considera “desechado”, analógicamente comparado con el lienzo rescatado y elevado a la dignidad que le correspondía. Además con la experiencia espiritual de conversión según la cual, así como por el paso del tiempo por descuido u otras eventualidades, una obra de arte va perdiendo su colorido y se va desdibujando su identidad – sin perder los trazos de su origen- , asimismo la vida de una persona o de un cristiano que ha recibido los multiformes colores de la gracia y los dones de Dios en el bautismo, por el mismo descuido o falta de caminar desde la fe, se puede ir desvirtuando y perdiendo su identidad, ahora puede recobrar la nitidez de su vida y vocación por la eficaz acción renovadora de la misericordia de Dios. Experiencia también aplicable a nuestro país, como Nación para lograr la verdadera paz.
Que la Reina y Patrona de Colombia interceda por nosotros!
Con mi fraterno salud y bendición.
+ Ismael Rueda Sierra
Arzobispo de Bucaramanga