Queridos hermanos y hermanas: con confianza en el Señor iniciamos un nuevo año en el camino pastoral de la Arquidiócesis, que en la intención y propuesta del plan, nos llevará a profundizar en el encuentro con Jesucristo en los hermanos en el contexto de la Iglesia–Comunidad de comunidades.
Un gran desafío que está en la esencia de nuestro caminar como Pueblo de Dios y que corresponde a la voluntad expresada por el mismo Señor para que su Iglesia sea signo o señal evidente y eficaz de la comunión de sus hijos con Él y de todos ellos entre sí, como verdaderos hermanos. Es el gran signo que hoy por hoy toma la dimensión misionera especialmente, en la medida que, el testimonio de unidad y de comunión recíproca que hemos de vivir en la Iglesia, se convierte en el mensaje creíble para llevar, en salida misionera, el anuncio de Jesucristo a quienes aún no lo conocen: “Que todos sean uno… para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17,21).
No se trata de centrar la mirada en nosotros mismos, generando una especie de círculo vicioso o remolino existencial, sino, conscientes de la tarea que Jesús ha dejado a su Iglesia de “ir por todo el mundo a anunciar el Evangelio a toda criatura”, podamos construir esa Iglesia querida por El, que sale de sí misma para profundizar el encuentro con Dios y con los hermanos, cualquiera sea su situación.
La comunidad eclesial se sentirá más fortalecida como Pueblo de Dios cuando todos los bautizados dejamos de ser fríos espectadores a la espera de recibir tareas, para convertirnos en personas participantes que ofreciendo de lo propio recibido de Dios, a través de gracias, talentos y otras capacidades, se vuelcan en servicio generoso a los demás con espíritu de unidad, comunión y fraternidad.
El ambiente propio que lo hace posible es la comunidad: la palabra lo dice todo, común-unidad que Dios la da por medio de su Espíritu. En ella va aconteciendo el conocimiento mutuo, la integración de vida, el ejercicio de la caridad, la participación en la vida sacramental, la escucha e interiorización de la Palabra de Dios con sus lecciones y aplicaciones. Se crece y madura como personas y como grupos y se contribuye a crear los ambientes necesarios para construir sanas relaciones y escenarios de paz. La familia y las familias tienen las mejores posibilidades de crecer sanamente con todos sus miembros, animados por la fe y el amor mutuo. En fin, cuánta riqueza se desprende de la experiencia comunitaria de vida.
En este año, tendremos pues la oportunidad de valorar aún más nuestra participación en la Iglesia comunidad, como Iglesia universal, Iglesia particular o diócesis, parroquia, comunidad eclesial misionera (CEM); expresiones éstas de la Iglesia, comunidad de comunidades.
Al Señor pedimos para que en este año podamos todos crecer y madurar en comunión y participación, con compromiso misionero, en nuestra Iglesia particular de Bucaramanga.
Con mi fraterno saludo de año nuevo.
+ Ismael Rueda Sierra
Arzobispo de Bucaramanga