Curiosamente ambas palabras hacen alusión a 40 días, que además de tener un sentido convencional y etimológico, se aplica litúrgicamente al tiempo de preparación a la Pascua del Señor o Cuaresma. Cuarentena, es aplicado también convencionalmente a un tiempo prudencial de aislamiento para prevenir el contagio de una enfermedad, que según parece tiene su origen en el tiempo calculado, obviamente sin base científica, para prevenirse de la “peste negra”, en la Edad Media. También se aplica en informática para prevenir los “virus” que se aíslan para que no dañen los programas en los computadores.
Pero más allá de estos significados, constituye un hecho inédito, por decirlo así, que nos ha correspondido vivir en el mundo cristiano: es una Cuaresma en ambiente de cuarentena, por el efecto que está produciendo en todo el mundo el coronavirus Covid 19. Paradójico pero real y para todos, indudablemente, una gran oportunidad de discernimiento y reflexión, para registrar experiencias y vivencias seguramente nunca sentidas, que sin duda dejarán una huella imborrable en esta generación.
Es de considerar que la crisis de la Covid, – como deberían ser todas – se convierte en una gran oportunidad para dar pasos definitivos adelante, de superación en lo personal, en las comunidades y diversos pueblos así en toda la humanidad. Debe ser una crisis de crecimiento y de aprendizaje. Un pequeño microorganismo ha puesto en jaque y muy en serio peligro, la salud de tantas personas en el mundo, a los sistemas sanitarios, a gobiernos y sistemas económicos y también a las formas tradicionales y habituales de convivencia entre los humanos. También ha sido una verificación más, del mundo globalizado que caracteriza esta nueva época. Por eso la palabra “pandemia” (todo el pueblo) es aplicable con todo su significado, tal vez por primera vez a la totalidad del mundo conocido.
Pero vale la pena que pensemos a nivel de Iglesia y cristianismo lo que ésta cuarentena cuaresmal puede significar para nosotros. Sabemos del sentido catecumenal y de renovación bautismal que tiene la Cuaresma como preparación a la Pascua del Señor. Y la actitud fundamental como hilo conductor es la conversión. El Señor nos habla a través de los acontecimientos de la vida, para ser examinados a la luz de la fe y sacar de ellos, no solamente la corrección de rumbo, a veces necesaria, sino el doble impulso para un acercamiento más pleno a Él y a las situaciones sobre todo “límites” o de periferia, de los hermanos. Si consideramos solamente un efecto, sería el de dar pasos para la superación de la “cultura de la indiferencia” y sustituirla por la “cultura del encuentro”, como con tanta insistencia nos ha invitado el Papa Francisco. La pandemia que sufrimos, ha conmovido a la fuerza, el sentido de solidaridad, por una parte, y paradójicamente, ante la necesidad de tomar distancia física entre los seres humanos y exigir aislamiento y cuarentenas para evitar el contagio, se suscita la nostalgia y la necesidad del encuentro con los demás para compartir, para convivir, para construir comunitariamente la vida.
Además, cuando por primera vez, seguramente en la historia de la iglesia, hemos tenido que celebrar en privado, en un formato impensado, sin la presencia física de los fieles, la Pascua del Señor, la invitación a interiorizar el sentido profundo del misterio que celebramos cada año, nos ha de preparar para una más intensas “salida misionera”, hasta los confines de la tierra, como ha sido el deseo del Señor, para que el Evangelio, más que por “contagio” como lo está haciendo el coronavirus a la fuerza, sea por “atracción”, insistencia de los últimos Papas, para ser aceptado con la verdadera libertad de los hijos de Dios. Fraternalmente, con mi saludo Pascual.
+ Ismael Rueda Sierra
Arzobispo de Bucaramanga